Anoche cuando íbamos para la casa estaba lloviendo mucho, había rayería y la calle estaba bastante atascada y oscura. Con cada relámpago se iluminaba el cielo y retumbaba un eco detrás del sonido constante y ensordecedor del agua. El tráfico casi no se movía; se notaba que los conductores estaban haciendo su mejor esfuerzo por seguir adelante, pero la visibilidad era tan pobre que no se distinguían ni las líneas de la calle, ni la orilla que daba a aceras o a pequeños barrancos. El viaje no era sencillo y, aún así, yo estaba en el paraíso.
Hay algo en las noches oscuras llenas de agua y luces relampagueantes en el cielo que me refrescan por dentro. Son emocionante y creo que también son un poco mágicas. En esos momentos todo a mi alrededor se convierte en un espectáculo épico que me recuerda la fuerza de la naturaleza. Siento que soy pequeño ante el poderío de un rayo o que soy tan inmenso que tengo el don de disfrutar la tormenta con tanta intensidad; no estoy muy seguro de cuál de las dos sensaciones es la que impera, pero creo que las dos me resultan válidas, cada una a su manera.
Siempre he escuchado a la gente quejarse de la lluvia, que los rayos los asustan, que no les gusta conducir con temporal. Para mí es extraño porque yo lo disfruto tanto que ni el tránsito me molesta. El agua tiene ese poder en mí, supongo, y esa mezcla de oscuridad y luz resuena en mi interior. Lo demás ya no cuenta. Ya nada importa.
Después de días con tanta presión y falta de ánimo, un espectáculo así me carga las baterías. Se me hace difícil de explicar, pero es como si se lavaran las preocupaciones y corrieran por la calle junto con el agua, para desaparecer en los alcantarillados y fueran a dar tan lejos de mí. De pronto no importa la frustración que siento todos los días, ni la insistencia majadera de tantas personas, ni la vigilancia continua de cómo digo o hago las cosas. De pronto no importa nada, solo los rayos que iluminan el cielo oscuro y lo hacen resplandecer; y el agua que cae a chorros sobre el parabrisas que casi siento correr sobre mi rostro.
El agua fluye, siempre fluye, y me causa una cierta envidia porque quisiera ser como ella y fluir, ir hacia nuevos lugares, adaptarme, escapar, en medio de un espectáculo que celebra desde la inmensidad del cielo hasta el poder cada cada una de las gotas que caen despiadadamente, sin que nada les importe, sin ninguna preocupación. Lo único que me llevaría es al amor de mi vida, mi eterno compañero, que sé que iría conmigo hasta el fin del mundo. Lo demás no debería importarme, solo debería fluir.
En fin. Mucha gente se conmueve con un arco iris, se sienten inspirados y flotan en nubes color rosa cuando se pinta uno en el cielo. Yo consigo esa misma fuerza, y mucho más, por medio de una noche lluviosa y relampagueante. Supongo que todo depende de la naturaleza de cada quien.
Hace unos meses vi un meme en Facebook que mencionaba un término que no conocía: "pluviophile". No lo había visto antes así que lo busqué en Internet y vi que esa palabra simplemente no existía, pero que se había vuelto bastante popular recientemente; esas cosas de las redes sociales. De todas las tonteras que uno ve en Facebook en un día cualquiera, esta va a ser una de las que me han resultado más relevantes. Tanto así que lo voy a pegar aquí abajo.
La definición me resulta tan encantadora que merece ser traducida:
PLUVIÓFILO: (S) Amante de la lluvia; persona que siente alegría y paz emocional durante los días lluviosos.
Por lo demás, hoy ha estado bastante nublado, tanto así que imaginé que se iba a reventar el cielo al mediodía, pero eso no sucedió. Así que espero que a la salida, la noche nos reciba con lluvia y relámpagos, y caiga tanta agua que parezca que el mundo va a desaparecer.
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