En el trajín de todos los días, aquí la gente corre y corre, acomodándose a políticas de empresa que son cada vez más ridículas, haciendo piruetas para que les cuadren los presupuestos y pidiéndole a la gente que hagan todo rápido y más rápido y mucho más rápido.
Yo los veo y me río por dentro. No, no me importa, me dejó de importar cuando pensaron que éramos un mueble más, con medio metro de espacio vital cada uno, donde uno respira aire ya respirado y percibe olores que se deberían reservar a la intimidad. Eso es lo que sucede cuando uno tiene gente tan cerca que si uno extiende los brazos podría tocar a dos personas a la vez. No, no hay ni siquiera una pared fantasma que nos separe a unos de otros, donde uno pueda esconderse si quiere tratar de concentrarse o, por último, pretender que uno es una persona y no parte de un rebaño.
Por eso me da risa cuando se me acercan con cara de "haga más." No. No voy a hacer más porque no quiero, porque no se lo merecen y porque me llevaron a un gran punto de "no me importa." Por aquello, no, tampoco me preocupa que me despidan. La época de andar asustado por cada ronda de despidos ya pasó. Ahora es algo normal, a cada rato andan despidiendo personal, contratando gente más barata que después tienen que volver a despedir, para rogarle al que echaron en primer lugar que porfis vuelva. La gente también se ríe de eso. A veces me preocupa por aquellos que tienen deudas y más compromisos económicos, pero dichosamente ese no es mi caso. Yo lo que veo es solo un gran circo, de esos que se están enclochados y con payasos frustrados que ya no hacen gracia.
Supongo que este es el mejor ejemplo de cómo se deshumaniza una empresa y cómo la respuesta del personal responde a la manera como es tratado. La apatía es fuerte. Todos pretenden (o debería decir, "pretendemos") sonreír y actuar de manera muy correcta, pero todo es de la boca para afuera. La voluntad de muchos ya zarpó hace mucho. El tiempo en este lugar es solo una pausa que uno hace en la vida para generar dinero. La vida está afuera y todos lo dicen y lo saben.
Me levantaría y les daría un aplauso de pie a quienes dan las directrices. Curiosamente, todos me verían. Como estamos en un espacio donde la privacidad se extinguió hace mucho, todos se enterarían y se asustarían por el atrevimiento de expresar lo que realmente pensamos. Digo "pensamos" porque este pensamiento es siempre compartido pero nunca expresado abiertamente. Se habla en voz baja, entre pasillos, en chats, entre chistes y sarcasmos, que se han convertido en la forma de comunicación infalible.
Esta sería una gran lección para quienes deberían de aprenderla, pero para ellos es más fácil creer lo que quieren creer. Apoyados en esas intimidantes encuestas donde la gente dice solo mentiras porque es sabido que la confidencialidad de esos documentos es solo un mito. Y ante semejante fantasma, ¿quién va a decir la verdad? Ni tontos que fuéramos. Así es como no hay lección. No hay aprendizaje. Y todo se está yendo a la porra.
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