Hoy tocó jugar a las sillas locas en este divertido lugar. Sí, me refiero al trabajo. A una la descendieron de puesto, pero con mucho farafarachín para que parezca que le hicieron un favor. A otra que no sirve para nada pero que siempre cae de pie, le dieron el puesto de la que fue descendida. Mientras tanto, muchas lloraban, otras planeaban una fiesta de despedida y algunas se quedaban con cara de "¿tengo que estar triste?" ¿Para qué novelas si tenemos este drama a diario?
Resulta curioso que cuando estas situaciones se dan en un espacio tan abierto, generan un desconcierto general, cuando en un lugar con un poco más de privacidad, pues la vida continuaría de una manera casi normal. Aquí es como espectáculo público. Así, mientras a unos les dan la noticia en suma confidencialidad, los mensajes de texto y los chats llueven por todo lado, contándonos lo que acaba de suceder. Horas después, sí, HORAS DESPUÉS, llega el comunicado oficial explicando la situación, con un aburrido tono políticamente correcto, y sin ninguno de los adornos que la gente le ha ido incorporando a lo largo de la tarde. Entiéndase que algunas horas son suficientes para conocer hasta el color del calzón de la que lloraba. Nada supera al correo de las brujas.
Por mi parte, y como me está tocando ver todo desde la gradería, pues me siento como viendo la repetición de una serie que ya vi y que nunca fue muy buena. Cambian los actores, la salinidad de las lágrimas y la fecha del calendario, lo demás sigue siendo igual. Así es como pasan los días en estos lugares donde nadie vale nada y todos ponen cara de mucho valor.
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